El regreso de los caracoles

lunes, 4 de junio de 2007


A Diódoro


I


Dejó el último beso en la entrepierna de Helena. Rozó con la lengua la cuenca de su único ojo sano, y la niña que enjaulaba a los grillos lamió de su mejilla el sobrante de las lágrimas que se comió.


La tuerta Helena la persiguió enloquecida. Le había pedido que se quedará para siempre con ella y según testimoniaron las arañas, la niña rió hasta que la tuerta cayó terriblemente dormida. Los caracoles impulsaron la isla flotante en la que partió la fugitiva y nadie, en el norte o en el sur, volvió a saber de ella.


Que nunca hubiera sido encontrada sólo provocó que, en los puertos y posadas donde Helena le buscó con daga en mano, la gente comenzara a pensar en otras cosas: cacería de ballenas, planetas parlantes y peces melancólicos, lo que contribuyó sobremanera en que fuera olvidada la niña que enjaulaba a los grillos y con ello la tuerta Helena se sacó el otro ojo para terminar de hundirse en las sombras.

II

Pasaron trescientos ciclos de Tynma y los caracoles regresaron a la tierra todas las islas. La ciega Helena contaba los ojos en su entrepierna y su larga lengua dio caza a todos los grillos sobre la tierra. La niña enjaulada gritaba enloquecida y advertía a Helena que si no la alimentaba con llanto pronto moriría de hambre.

-Si te dejo morir dejaré de perseguirte eternamente- le contestaba Helena una y otra vez, y todas las arañas en el mundo reían hasta dejar dormidos a los hombres.

La ciega Helena peinaba sus cabellos con barbas de ballena y confesaba a los peces que hacía mucho que ella no podía llorar, pero que su terrible amor por la niña enjaulada era capaz de conmover el castigo de los planetas y las estrellas.

III

Un día en que las trescientas islas de Tynma huyeron del sol, los caracoles volvieron a la tierra. La ciega Helena escuchaba el canto de los grillos y la niña le lavaba devotamente sus blancos pies.

-Levanta tu velo bella Helena, quiero besarte- las arañas murmuraban sobre la petición de la niña mientras tejían enloquecidas su futura mortaja. Sabía que pronto moriría, al encontrar el verdadero amor dejó de tomar su único alimento y ahora estaba a punto de entregarse a la última forma durmiente.

La ciega Helena descubrió por primera vez el rostro ante su amada. La niña que enjaulaba a los grillos vio las cuencas de aquél rostro venerado: no estaban vacías, los planetas se asomaban cuidadosos de que ningún otro mortal los viese espiando el mundo. La niña comprendió, de ese modo, lo que peces y ballenas le escondieron sobre su destino: y es que huiría eternamente hasta desear a la mujer que no podía llorar.

3 comentarios:

ghemisc dijo...

Me gusta mucho como escribes, porque logro sumergirme en la historia, sin mebargo, no se si sea intencional, cuando comienzo a leer siento como si el comienzo no fuera el verdadero inicio de la historia, es como si dentras de eso hubiera algo mas, y entonces logro imaginarmelo, es acaso esta la intenciòn ?

Gilberto Arredondo dijo...

Es el segundo texto que se me dedica en la vida. Es una petición personal este texto y agradezco la muy bella historia que me regala su autora. Bendita seas Tejedora de historias.

Unknown dijo...

Pinche Fla, no entiendo ni madres de lo que escribes pero me gusta. Y esa entrada no tiene jefecita, verdá de dios. Te la he de robar, oh sí.