Los títeres

domingo, 9 de septiembre de 2007




Cuando el drama de nuestras historias no basta, hay que producir amigos que también puedan sufrir.

Seminaristas en el fin del mundo

lunes, 3 de septiembre de 2007
Fragmento del cuento "El Relicario". Su servidora


I

Precedido de ratas, cucarachas y otras sombras, el joven Ánimas emerge entre cristos y vírgenes polvorientos. Se había ocultado de la lengua de una mujer-víbora que hurgó en su boca el paladar, las muelas y el juicio; y detrás de la cruz arrinconada del Señor de la Clemencia, un sueño derribó al muchacho durante olvidados días y noches para alejar de sí la tentación.
Escandalosas golondrinas levantan un aviso al amanecer: ¡vuelve a la vida Ánimas!, la mujer del beso se ha ido. El joven siente entumidas las piernas, se le ven tan largos los brazos, como si hubieran hecho un esfuerzo por mantener cerca de su cuerpo el alma que se le iba a las alturas. En su interior, el hambre grita y se revuelca, el bullicio en sus entrañas le recuerda la confusión que la mujer-víbora trajo a su masa, a sus ojos, a sus manos, confusión sin gozo, porque no estuvo allí con sus manos, no estuvo allí con sus ojos, y a su masa algo más la poseía, porque él ya estaba ardiendo en el infierno.
El perfume del jabón en polvo atrae al joven Ánimas hasta el patio de la casa. Allí se encuentra con una imagen muy familiar que lleva en el corazón: una mujer de largos cabellos tendiendo la ropa al sol que aún no se asoma. Ánimas sabe que no es la mujer-víbora por la que tuvo que morir para no ser tentado. Así que su memoria trabaja y le narra incontables e inacabables historias, pero ninguna se detiene para ofrecerle un recuerdo. La mujer, que aparentemente no se percataba de su presencia, le habla sin volver la espalda:

-Cada vez duermes más, Ánimas. Te va a hacer daño. Todo en este mundo tiene una medida, aunque estemos dormidos y no nos demos cuenta de eso.

Dejando arrastrar el largo vestido floreado sobre el suelo húmedo, su hermana, Carmina Sepultas, le dirige una mirada paciente, esperando la señal de que ha sido reconocida, de tal modo que pueda acercarse a él sin recibir un golpe a cambio. Ánimas sonríe dolido por la cantidad de juicios que su hermana emite sobre él durante ese silencio, y mueve su mano exigiendo que deje de hacerlo porque no tiene nada que temer. Carmina lo abraza, luego toca su frente y mejillas asustando posibles fiebres.

-¿Por qué tardas tanto en volver? ¿A dónde fuiste esta vez, eh?- pregunta Carmina seriamente, y se da cuenta de que lo hace sin desear la respuesta -Hay chicharrón con chile y caldo de pollo de ayer. Pero ve a caminar un poco para que te despejes y el apetito asiente mejor, si no vas a sentir asco.

-Sabes que no iría a ninguna parte si no fuera porque hay tanto pecado en mí... no quiero comer, ya soy demasiada carne.- Ánimas nota el rostro preocupado de Carmina y busca en su memoria otra historia, la que le cuente el por qué de una criatura aferrada a la compañía de otra, sin que se percate de que su unión sólo aplaza el fin de todo tiempo.

Carmina Sepultas regresa al lavadero llorando. En momentos como esos todo le angustia, así, musita a la orfandad de ambos, a la enfermedad de Ánimas, a la soledad, a su soledad, y sólo quizás al cielo: ¡¿Por qué?!

El joven Ánimas recibe el chantaje y cede a las consideraciones de su hermana. Le pregunta si es necesario calentar la comida: ahora le resta esperar que todo pecado y toda carne sean también demostración del amor infinito de Dios.