Autómata autoreplicante

lunes, 30 de julio de 2007
Fragmento de "El Dragón y el Unicornio". Lamentos de Lailokén. de A. A. Attanasio
[Mujer. Todo lo que soy se lo debo a Ella. Todo el bien y todo el mal de mi vida. Toda la magia y el misterio. Toda la sabiduría y la locura. Aun en los mismos comienzos, antes de que pudiese haber espacio, o tiempo siquiera, cuando cada punto de lo que nosotros éramos tocaba a todo punto del resto, Ella estaba allí. Ella misma era el punto único de lo que todo lo demás ha surgido. Y Ella era el porvenir, también. ¿Por qué creéis que salimos, sino para seguirla?
En el mismo, mismísimo principio, antes de que hubiese un principio, cuando todo era un solo punto, la Mujer era todo el significado incomprensible que necesitábamos. Nos contenía a todos juntos. Hacía de todos nosotros uno. Absolutamente pro­miscua, porque todos estábamos con Ella; pero absolutamente casta, porque Ella estaba tan sola como cada uno de nosotros: un punto total y único. ¿Qué mayor felicidad podía haber?
Esta fue la pregunta que nos condenó. Que pudiéramos con­cebirla siquiera confiesa una terrible imperfección en una totalidad de otro modo perfecta. Pero, por supuesto, fue nuestra perfección la que inspiró la pregunta en primer lugar. ¿Hasta qué punto podríamos ser felices, si hubiésemos de ser una par­te de Ella pero aparte de Ella? ¿Cuánta más felicidad habría, si pudiésemos verla y ser vistos por Ella?Y con este interrogante llegó la necesidad de espacio para ver y de tiempo en el que ser visto, el espacio que un abrazo exige, el tiempo que un beso requiere, un espacio y un tiempo lo bas­tante vastos para abrazar el misterio que Ella es y, al mismo tiempo, igualmente amplios para dar cabida a todos los que que­ríamos verla y poseerla.]

Canción de cuna para un lobo

viernes, 6 de julio de 2007


Tynma reconoce para ustedes, sus amados mortales, que esta no puede ser una canción cantable. Él me dio la letra hace tiempo y como el resto de las otras cosas, la termino olvidando. Esto es sólo una muestra de lo que ninguno de nosotros podrá recordar.

Sombra que sostiene nuestras manitas de cristal,
Visita el desierto enorme de los fríos alientos
que descansan del nombre de la noche y su portal,
es Shivaru que se alimenta de las cenizas y tus lamentos.

Sombra que sostiene la erla de las arenas
sobre tu cuna que roba el amor del viento
es Shivaru que se arrastra vacío y sin venas
es Shivaru buscando a su madre en tu silencio.